Abrió los ojos y anduvo. Sin rumbo, sin destino
propio. Había manos que le ayudaban a seguir adelante, un paso, dos, tres... y caminaba y caminaba dejando que fueran sus piernas las dueñas de su frágil ser. Sus pies
le guiaban y su pelo le acompañaba en la triste agonía de ese caminar. A cada
paso que daba se ahogaba más pero su cuerpo seguía impasible al compás del
viento.
Se dejó llevar, no tenía otra opción, y entonces empezó a
flotar como si de un alma errante se tratara. Arrastrando la culpa de haber creído
ser, en algún momento, una bella critaura mitológica y darse cuenta que tan solo era
una bruja más.
Sus cadenas le tiraban cada vez más fuerta bajo la luz
sofocante del Sol y así, al compás de sus latidos, que se habían ralentizado enormemente
en cuestión de horas... cerró los ojos para seguir soñando y se dejó llevar por
la ilusión de que su destino le haría sentirse, de nuevo, la más hermosa de las sirenas.
Sólo así podría volver a respirar.